Cual Lugones profugo, de su vida, me escapé durante la semana a la casa de la isla en el Tigre. Instado por mi pereza mental, a la hora de irme a dormir decidí ojear la soporífera literatura del último número de revista Gente que alguien había dejado abandonada in situ. Encontrar la doble página con el piano fileteado para Lerner me hizo levantar mis ya relajados parpados, en la ocurrencia de que había estado yo en el centro de esa coqueta velada. Y lo mejor de esa presencia mía tercerizada en el objeto, fue que no tuve que vestirme de gala, que no estuve obligado a hablar ni a sonreir, ni a lucirme ni a seducir, porque después de todo no conozco a nadie y ni siquiera fui invitado. Me dormí acunado en la tibieza primaveral de la isla y soñé con todo lo que había que sostener para estar de cuerpo presente entre tanta pompa y algarabía y el sueño mutó a pesadilla. Y asi, a la mañana siguiente, con la hoja de bisturí que llevo para sacarle punta a mis lápices, extirpé mi sueño mediático de esa doble página, que bien merece este exorcismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario